FUENTE: EL PAÍS

Que Elva García Amigo le haya puesto a su bodega el nombre de Hija de Aníbal es toda una declaración de principios, una manifestación de humildad y una muestra de amor filial, ingredientes fundamentales para entender la entrañable calidad y el hondo aliento de este vino.

La otra es que, junto a sus cepas centenarias de la Mencía, algunas cultivadas ya por su bisabuelo en Otero, una de las zonas del Bierzo con mayores posibilidades vitivinícolas, cuenten con la asesoría maestra de Pepe Hidalgo, profesor y enólogo que es en sí mismo una garantía de calidad a la hora de la elaboración. En resumen, frente a tanto marketing hoy imperante, materia prima, honestidad, sentimientos y ciencia son los ingredientes de la fórmula magistral con la que Elva ha conseguido un tinto barrica (seis meses en roble francés) que en su actualidad parece haber congelado el tiempo.

Porque su aroma, de intensa expresión varietal, con el contraluz de la fruta rojo-negra y la flor violeta, se ofrece limpio de arrogancias, cautivador en su integridad, festivo en el juego del lenguaje de las frías especias, las secas hierbas de prado y el cálido recuerdo de la tierra. Potente, fresco, goloso y equilibrado, es el recuerdo hecho vino de una infancia entre viñedos, mientras el padre guía los bueyes entre las agradecidas vides.

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